Pienso que no voy a lograrlo. Siento que esto es más fuerte que yo.
Tengo miedo, ese miedo que doblega y que pretende hacer que me rinda, ese miedo que me habla acerca de mis inseguridades y juega con mi sistema.
Siento mis piernas temblar al ascender por caminos cada vez más desafiantes.
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Al avanzar siento que no puedo respirar como antes, la falta de oxígeno se convierte en aliada de mi miedo y me provoca dolor de cabeza. Temo por el mal de altura, del que tanto hablan.
De repente algo cambia en mí, me conecto profundamente con ese bosque nuboso, con el poder de la hoja de coca y con la enseñanza de la montaña.
Mis sentidos empiezan a enamorarse de lo que perciben. La misma naturaleza me da la fuerza que necesito, me enseña a respirar correctamente y a dar los pasos con confianza.
Me adentro en el valle de frailejones, abuelos protectores del páramo, que inspiran y renuevan la energía.
Frente a mí, la majestuosidad del Nevado Dulima. Montañas, cascadas y lagunas que siguen fortaleciendo mi espíritu.
Luego desaparece la vegetación, ahora solo hay rocas y arena. Todo continua con el mismo misticismo y es justo en este momento en donde por fin consigo amar cada uno de mis pasos.
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